Ecuador, el país que aún preserva bosques vírgenes

Ecuador, el país que aún preserva bosques vírgenes

Reconocerme con la tierra, como las mil y un maneras de habitar el cuerpo. Era la primera frase de mi bitácora de viaje. En ella resumía la necesidad de alejarme por un tiempo del ritmo ciudad para así entender los comportamientos de las plantas y su convivencia. En Ecuador como en pocos lugares del mundo aun existen los bosques no intervenidos por el hombre. A 3 horas de Quito se puede conocer la Reserva Ecológica de San Isidro, un lugar perfecto para visitar el bosque primario. hábitat del oso de anteojos y miles de aves que son el atractivo de la zona.

Estaba en ruta Quito- Papallacta – Baeza con la música a tope disfrutando del paisaje de las montañas. Las plantas cambian de acuerdo a la altura y todo se carga de un verde intenso y profundo.

Días antes, hablé con varios biólogos para empaparme de las plantas. Me habían recomendado algunos sitios para visitar. Uno de ellos era el bosque húmedo de Napo.

Pasando la zona del alto Napo llegué hasta las Caucheras cerca de la comunidad de Cosagua. Ahí se encuentran las Cabañas San Isidro.

El lugar a 2100 m.s.n.m. Aún resguarda celosamente el bosque primario como su mayor tesoro e invita continuamente a pajareros a visitar su espacio. El avistamiento de pájaros es su principal atractivo.

En el mirador de madera con vista hacia el bosque, varios visitantes extranjeros, habían plantado sus cámaras con enormes teleobjetivos que les permitían fotografiar a la distancia las aves en movimiento.

Alejandro, el administrador, me dio la bienvenida y me dirigió hasta mi habitación. Era el hábitat donde pasaría un par de días conociendo el bosque y disfrutando del gran ventanal que me permitía mirar hacia el exterior desde la comodidad de mi cama.

Las cabañas separadas por hermosos jardines están dispuestas para que los visitantes encuentren privacidad en todo momento.

Las personas de la comunidad de Cosanga, eran las encargadas de preparar las delicias que salían de la cocina.

Luego de almorzar conocía a Ben. Él había nacido en Nevada y se dedicaba al avistamiento de aves. Me contó que era uno de los lugares más top para avistar pájaros que había conocido. Me hablaba sobre la tranquilidad del lugar, el aire puro y sobre todo el agua caliente en las habitaciones, entre risas.

A la tarde estaba listo para caminar. Varios senderos señalizados permiten a los viajeros entrar en el bosque y guiarse solos. Los senderos más largos y complejos necesitan de un guía particular que ofrece el hotel. Alejandro me prestó unas botas y me llevó hasta el inicio del trayecto. Ahí me dejo. “hasta ahora nadie se ha perdido” – me dijo. Y me dejó solo.

Pedí permiso para entrar al bosque y me aventuré a encontrar sus tesoros. En el bosque no existe silencio, siempre hay el sonido de pequeñas criaturas que lo habitan. Ondas que se juntan para crear un solo sonido.

La convivencia entre las plantas podría llamarse: armónica. Si existe alguna competencia es para alcanzar la luz solar y poder crecer.

Sus colores van desde las claras y tiernas hojas, pasando por el intenso verde oscuro de su madurez, hasta llegar a los marrones y blancos de los seres que se han desprendido del tallo para habitar el suelo.

La simetría de las formas y las texturas se parecían a las de mi brazo. Cuando en las noches, ya cansados, las venas explotan y parece como si fueran a salirse de mi cuerpo.

En el ocaso del día retraté el hotel y su paisaje. En la noche y con una copa de vino admiré las cientos de luciérnagas que se pegaban al vidrio. Para finalmente agradecer por lo que ven mis ojos.

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